Decálogo
La Iglesia Ecuménica es una denominación cristiana, parte de la Iglesia universal y global de Jesucristo.
Somos ecuménicos, por lo que nuestras comunidades estarán compuestas por personas de diferentes confesiones religiosas o no adscritos a ninguna de ellas.
Somos inclusivos, como respuesta al mandato de Jesús "No Juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados..." (Lucas 6, 37). Siguiendo su ejemplo de acogida y entrega a los marginados y excluidos de su tiempo, debemos limitarnos a amar a los de nuestra época, sin juzgarlos: respetamos la libertad de conciencia.
Pretendemos y buscamos la unidad que Cristo expresa en su oración: "Padre, que todos sean uno, como tú y yo somos uno, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Juan 17, 21). Lo que nos une es mucho más importante y potente que las diferencias: "Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos. Pero a cada uno de nosotros se nos ha concedido la gracia conforme a la medida del don de Cristo". (Efesios 4, 5-7).
Ser uno no significa ser iguales. En base a este principio, dicha unidad la entendemos desde la valoración y el respeto por la diversidad, como expresión de la infinita creatividad de Dios y como una oportunidad de aprendizaje y enriquecimiento mutuo, en vez de como una excusa para la confrontación, la exclusión y la excomunión.
En base a esta diversidad ecuménica, no podemos exigir doctrinas, interpretaciones bíblicas, concepciones teológicas, cánones, dogmas, preceptos, normas, ritos, ornamentos o marcos morales específicos; cada uno ya tiene sus propios compromisos con su denominación concreta. Para un encuentro entre todos, acudimos a la doctrina que el mismo Jesús califica como "...resumen de toda la ley y los profetas": "Amar a Dios... y al prójimo como a ti mismo..." (Mateo 22, 37-39).
La comunidad, como Cuerpo de Cristo (1 Corintios 12, 27), es la base de nuestro ser Iglesia. Ella no está en función de los ministros, sino al revés. Los obispos, presbíteros y diáconos, no son "los que mandan", sino "los que sirven" (Marcos 9, 35). Y este servicio se concreta en promover, animar, coordinar, enseñar y arbitrar la comunidad o comunidades a las que sirven. El discernimiento comunitario es una herramienta privilegiada, que el ministro debe favorecer para estar en comunión.
Como las primeras comunidades cristianas (Hechos 2, 44-47), las nuestras deben ser orantes, eucarísticas, solidarias y evangelizadoras.
"Ser sencillos" (Mateo 10, 16), "ser austeros" (Lucas 10, 4) y "dar gratis lo que hemos recibido gratis" (Mateo 10, 8), implica un modo de ser Iglesia en el que no debemos acumular dinero, ornamentos, inmuebles..., ni hacer acopio de elementos lujosos y ostentosos, ni cobrar por los servicios y sacramentos prestados. La sencillez y la gratuidad, deben ser para nosotros señas de identidad irrenunciables.
Junto a los miembros de nuestras comunidades que permanecen afiliados a sus respectivas denominaciones específicas, es necesario que existan ministros y laicos comprometidos con esta misión de comunión global, que se incardinen en la Iglesia Ecuménica, manteniendo una estructura organizativa basada en criterios de diálogo, discernimiento comunitario y escucha de la Voluntad de Dios, y que formen a nuevos obreros para esta mies.